¿Cuantas veces hemos increpado por o reclamado un juicio a una persona conocida, y saliéndose por la tangente, le ha sobrado atrevimiento para espetar el sublime juicio de opinión “no me gusta” o la triste justificación ibérica “porque me gusta” a secas? ¿Acaso no existe un exceso de opinión? ¿Y no es eso más que miedo?
Siempre me ha escocido una respuesta mal argumentada, un exceso parquedad acomodada, un conformismo que duele por su inoperante falta de rigor, de interés o de lealtad hacia los demás, que a fin de cuentas no deja ser un exceso “sí mismo” un “yo”, cobarde, que re-huye los problemas intentando esquivar “la verdad”.
En el prólogo del libro Sobre la estupidez (1) de Robert Musil y Johan Erdmann, Roland Breeur describe una de las formas de la estupidez sobre el exceso de opinión sin juicio:
“El objetivo de expresar opiniones en este contexto está claro; en primer lugar, es una manera de escapar al riesgo y a la inevitable acusación de estar en un error. Mi opinión no se dirige hacia ninguna verdad, por lo tanto, no puede ser falsa. De este modo, eludo el peligro de ser acusado y la necesidad de asumir esa responsabilidad. Pero la manera de imponer esto es el núcleo de la estupidez; reducir un juicio a la expresión de una opinión, es una manera de negar el hecho de que la verdad en cuanto tal, debe estar en juego”
¿No es cierto que la tendencia de la sociedad, de nosotros mismo es opinar huyendo del juicio? ¿Y no es cierto que haciendo esto nos alejamos más de la verdad? ¿Y no es cierto que esto es una estupidez? ¿Por qué entonces lo hacemos?
(1) Musil y Erdmann Sobre la estupidez Ed. Abada Editores, 2007, Madrid
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